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jueves, 19 de noviembre de 2009

El señor de Cangas


El camino al infierno está empedrado de buenas intenciones.

 Estaba yo tan tranquilita, regando mis plantas, quitando una hoja amarilla de la adelfa por acá, colocando el jazmín por allá, cuando oigo de pronto un PSSS!, PSSS!.No veo a nadie en el patio, y  sigo con lo mío  - deduzco que es alguien que llama al gato. "¡PSSS, Señora!" - esta vez al levantar la mirada me encuentro con el  vecino del piso de enfrente que me llama, gesticulando. 

"Buenas tardes," digo.
"Buenas tardes, ¿podría subir un momento?"
"¿Ehh? ¿Y no podría bajar usted?" (no es que sea borde, pero es que no entendí por qué tenía que interrumpir mi trabajo de jardinería para subir al piso de un vecino que no conozco de nada).
"No. Suba usted, haga el favor" esto dicho con cierta autoridad.  Como desde su piso se ve  mi casa, pensé que podía tratarse de algo relativo al tejado - y subí.

La puerta abierta, me lo encuentro dentro, en medio de una montaña de ropa, muebles, lámparas, cuadros y todo tipo de objetos cotidianos.
"Mire usted, es que me han dado quince días para dejar el piso."
"Ay, lo siento. Pero sigo sin entender..." 
"No, no lo sienta. Si no me importa. Es que yo soy guardia de seguridad privado, sabe. Y cobro casi 3.000€ al mes. En realidad ya he encontrado otro piso. Pero yo lo que quería es...Ande, usted coja, coja"
Acto seguido me levanta un brazo, me coloca debajo una lámpara, me echa al hombro una alfombrilla de baño (¡qué asco!) y me encaja en la mano un cuadro enorme. El pasillo es muy estrecho y no me queda otra que enfilar hacia la escalera -   él viene detrás cargado de objetos entre los que distingo de reojo un jamonero de madera lustrosa de esos que se compran en Albacete.
"La lámpara la tendrá que hacer arreglar, sabe usted, porque quema las bombillas y el DVD no funciona, pero seguro que algún manitas se lo puede reparar, el jamonero es bonito, ¿eh? es que me gusta el jamón bueno. Soy un sibarita, ¿sabe usted? El cuchillo me lo regalaron con el jamonero, pero cortar, lo que se dice cortar...".
Así llegamos hasta la puerta de mi casa donde dejé caer todo en la puerta y le dí las gracias.
"No, no, éntrelo, éntrelo, no se lo vayan a robar. Si hay mucho más, suba, suba."
"Es que mire, se lo agradezco mucho, pero mi casa es muy pequeña y ya no me cabe nada. ¿No habrá  algún otro vecino que necesite algo?".
"Es que aquí son todos unos muertos de hambre, sabe usted. No saben apreciar las cosas buenas. Yo aquí donde me ve y aunque parezca un matao, en realidad soy de Cangas, y tengo casa allí."
"¿Ah?."  A estas alturas, la conversación y el perfume fusión -Varón Dandy - alcohol que despedía el señor me estaban dejando K.O., así que aprovechando que era de Cangas y que mi pareja asomaba la cabeza para ver qué pasaba, entré volando en casa dejándolo solo ante el peligro.

Se lo llevó para arriba y bajaron con otro cargamento: un póster de las rías gallegas que pone Turismo de España, un escudo en bronce de la falange con su base de madera, un par de plantas muertas, una consola que ya aclaró que no funciona y lo mejor de todo: una escobilla de váter (¡qué asco! bis)  versión deluxe: con gancho para un rollo de papel, su vasito de porcelana y todo eso sujeto por un tubo dorado que acaba en una base de mármol.
La situación se había vuelto tan absurda que tenía que sacarme de encima al vecino de Cangas como sea.

"Que tenemos que marcharnos, que hemos quedado con unos amigos, lo siento".
"Pues nada, como yo estaré por aquí hasta el día 20, me tocan el timbre y ya nos bajamos lo que falta." 

 Decidimos  deshacernos de las cosas esa misma noche (con la complicación añadida de no poder meterlas en la basura de la puerta, porque las vería, etc.). Empezamos por la escobilla.
No había moros en la costa, y salimos con el objeto en dirección al contenedor de dos calles más abajo. Iba metida en una bolsa ecológica del Carrefour con otra bolsa de plástico por encima porque sobresalía y da vergüenza andar por ahí con una escobilla - usada - en una bolsa.

Cruzamos la calle y voilá, a ¿quién vemos venir de frente?. Al señor de Cangas que volvía del bar, (después de unas cervezas, ya olía más a alcohol y menos a Varón Dandy) y que nos para en mitad de la acera y otra vez la cantinela,  que si es segurata, que trabaja en el AVE, (aquí saca la billetera con una placa que no miré con atención, pero que parecía de policía) que aunque parezca un matao nos va a invitar a Zalacaín, que le encanta saber que sus cosas quedan en manos de alguien que las sabrá apreciar... y que él es de Cangas. A todo esto, mi pareja sujetando el objeto infame que pesaba como un muerto y yo intentando contener la risa.

El incidente abre múltiples interrogantes: ¿Por qué nos eligió a nosotros como depositarios de todas sus cosas si no nos habíamos visto ni saludado jamás? ¿Por qué no se las llevó a su nuevo piso o por qué no lo tiró todo a la basura (en vista de que nada  funciona)? ¿Cómo es posible que los objetos huelan como sus dueños?  ¿Será verdad que se va el día 20? Y sobre todo, ¿Será verdad que es de Cangas (de Narcea, deduzco, por el póster)?

Miro mis plantas por la ventana. Cualquiera se asoma al patio.

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