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domingo, 3 de enero de 2010

METAMORFOSIS


Mujer frente al espejo. Pablo Picasso

Tendría que haberlo notado ya la noche del 25 de diciembre cuando al ir a enfundarme en un esmóquin negro de terciopelo que me compré en ebay,  la cremallera del pantalón se quedó atascada a medio camino. Seguramente no le dí importancia porque el botón se dejó meter en el ojal, permitiéndome llevar el modelito a pesar de todo.
El caso es que no advertí nada. Y a los langostinos de  Nochebuena y  al pavo navideño, los siguió lo que más me gusta de la navidad: el panetone - en todas sus variantes: con piñones, con fruta escarchada, clásico y con chocolate. 
Para la cena del 31 tenía pensado estrenar un vestido, regalo de navidad (que había elegido yo misma con ese fin) pero - llámalo intuición - me decidí por algo sueltito y cómodo. Seguía sin querer enterarme.
El día 1 de enero ocurrió. Lo noté al despertar y pasarme la mano  por la tripa : (que se ha vuelto más parlanchina en estos días de lo que ha sido en toda su vida)  se había ensanchado y redondeado de forma alarmante. Consciente de que no podía tratarse de un embarazo súbito por motivos de edad, corrí al cuarto de baño a mirarme al espejo.  Me sonrió una simpática gordita desconocida de mejillas restallantes y pelo largo y algo ondeado.
Para los que no me conocen físicamente, he de decir que antes era de rostro afilado (por no decir huesudo) y cuerpo anguloso (por no decir huesudo) y que prefiero llevar el pelo corto.

Los cambios físicos no son tan malos y hasta tienen sus ventajas.  Tengo menos arrugas y en cuanto al pelo, eso que me ahorro en peluquería. (Claro que me lo tendré que gastar en vestuario).

Lo malo es que paralelamente al proceso de engorde, sufrí también una transformación de mis ciclos de sueño.
Normalmente, era de poco dormir. Con cuatro o cinco horas tenía más que suficiente para tirar todo el día. Pues ya no. Ahora resulta que llevo durmiendo un promedio de doce o catorce horas diarias (sin contar las siestas) y no me basta. Es más, me quedo con los ojos abiertos en posición horizontal intentando pensar en algo concreto y no consigo que mi cerebro se ponga en marcha.
Ni libros, ni películas ni ná. Se ve que con tantas horas de apagón, mis neuronas se han puesto  en huelga. Ahora flotan en una nebulosa de blandiblub que les impide conectarse unas con otras.

Podría llegar a acostumbrarme a mi nuevo look de señora rellenita con peinado a lo Ana Botella, pero lo de empezar el año con la mente en blanco  me preocupa. ¿Será un mal augurio? ¿Despertaré mañana convertida en oveja?

Tanto comer, beber y dormir no puede ser bueno. Beeeehh.

lunes, 14 de septiembre de 2009

GROWING PAINS


“Well, he was trying to get home - aren't we all, really, in the end?"
Cider with Rosie, Laurie Lee

Con la llegada de septiembre, la tele vuelve a sorprenderme de madrugada con una película hermosa e inquietante. "Les Diables" de Christophe Ruggia (Gône du chaâba) . No es una película redonda, redonda, pero la interpretación de los dos adolescentes (debutantes desconocidos) es tan contundente que compensa con creces cualquier debilidad del guión.

Abandonados de pequeños, un niño y su hermana autista huyen sucesivamente de centros de acogida en busca de sus padres y un hogar en el que poder seguir juntos.

No son niños de hogares sin recursos o barrios marginales, sino hijos de esta clase media egoísta y cómoda que no sabe o no quiere enfrentarse a los problemas. No hay culpables absolutos y no es la sociedad  la que irremediablemente tuerce el camino de los chicos.

Una película que habla del pasaje de la niñez a la adolescencia y de la relación con el mundo adulto.

Habla del daño irreparable del desamor (en este caso hacia los hijos) y es también una bellísima historia de amor entre hermanos. Pero de amor entendido como un sentimiento que implica lealtad, nobleza y sobre todo, responsabilidad por el otro.

El sufrimiento que transmite la película es difícil de soportar. Tan difícil como es el hacerse adulto sin una guía responsable y cariñosa que vaya marcando las opciones del camino.

Los incidentes que se produjeron en las fiestas de Pozuelo (uno de los pueblos con la renta per cápita más alta del extrarradio de Madrid) y la reacción de los padres de esos niños privilegiados ante las acusaciones - documentadas por vídeos, grabaciones, etc. - a sus vástagos, son un buen ejemplo del endeble papel que juega la responsabilidad en nuestras relaciones de amor materno/paterno filiales.
 
Las madres, antes que madres, somos madres-amigas y los padres otro tanto. Nuestros hijos nos lo cuentan todo (¡Ja!) y mientras su comportamiento no suponga un problema en la rutina diaria del hogar,
no hay problema.

Que el chico se dedica a romper farolas y vuelve a casa magullado porque la policía le ha pegado? Nos ponemos de sus parte, que para eso somos colegas y creemos lo que quiera contarnos por encima de todo.
"Jo, chico, pero vosotros no estaríais haciendo nada ¿no? NOOOOO. Si son ellos los que provocan, ¿qué hace tanta policía en las fiestas? Pero si vienen a eso, a provocar follón. 
O en versión más colegui aún: "Jo, macho, tenéis que aprender a no entrar al trapo, que la policía aquí va en plan bestia."

¿Les habrán contado a estos niños que el mobiliario urbano, farolas, etc que destrozan lo usamos todos (ellos incluídos) y lo pagamos todos, (sus papis incluídos)?

Alguno (que no tenía más de quince años) se quejaba porque después de los incidentes, se había prohibido  el botellón en los días restantes de fiesta   "Pero si en las fiestas siempre se ha  bebido, y además, cuando mis padres me lo permiten, tío, ¿quién es el alcalde para prohibírmelo?"

¿Sabrá este chaval que tiene todas las papeletas para acabar convertido en un alcohólico o sufrir  del hígado antes de llegar a los 50?
¿Conocerá otras formas de diversión que no sean la de beber hasta caer redondo?
¿Nos preocupa que para nuestros hijos la diversión sea sinónimo del coma etílico?
¿Vemos el estado lamentable en el que llegan a las seis de la mañana? 

Un padre se dejaba entrevistar por un telediario para protestar por el castigo que les han impuesto a los niños: la obligación de estar en su casa antes de las diez de la noche durante tres meses. Castigo MUY desproporcionado a los ojos del padre que repetía convencidísimo que pagan justos por pecadores.

¿Le habrá preguntado a su hijo por qué tenía las manos llenas de magulladuras, o  qué hacía lanzando una botella a un escaparate en un vídeo colgado en YouTube?

Profesores, jueces, policías e incluso médicos y enfermeras. Cuando se trata de los nenes, para los padres, la culpa siempre la tiene el otro.  

Con lo caótica, intensa y crítica que es la etapa de la adolescencia, entre el desamor y la sobre-protección ejercida desde el amor exento de responsabilidad,  me da la impresión de que se lo estamos poniendo cada vez más difícil a los futuros adultos.

“Life is a game, boy. Life is a game that one plays according to the rules.”
“Yes, sir. I know it is. I know it.”
Game, my ass. Some game. If you get on the side where all the hot-shots are, then it’s a game, all right—I’ll admit that. But if you get on the other side, where there aren’t any hot-shots, then what’s a game about it? Nothing. No game.
Catcher in the Rye, J.D. Salinger


 

 

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