Hace unos tres o cuatro años, cuando decidí dejar la bucólica vida que llevaba en el campo y me vine a vivir al centro de Madrid, a un pequeño piso en el barrio de las Letras, fui a parar a una tienda en la calle Moratín que inmediatamente se convirtió en mi segunda casa.
Se llama La Casa Roja, y la primera vez que empujé la puerta pesada de cristal fue como entrar en un mundo mágico - en Madrid es una tienda atípica , más parecida a las tiendas que recuerdo de Barcelona - vende cuadros, muebles, ropa, bisutería, platos... todo muy original, elegido con mimo y buen gusto.
Pero no fueron los objetos los que me atraparon la primera vez que entré en la tienda. Fue una mujer muy delgada y distinguida con la que a los cinco minutos había establecido ya una de esas conexiones que se dan a veces en la vida sin saber ni cómo ni por qué.
Tan grata me resultó esa primera conversación, que volví al día siguiente, y al siguiente, y al siguiente - nos tomábamos un tecito, nos fumábamos un cigarrito y hablábamos de los bueyes perdidos. De su vida en Ibiza de joven, de mis proyectos, de su hija Violeta, una ilustradora maravillosa, de mis cinco hijas...
El caso es que salía de allí siempre con el ánimo y la autoestima por las nubes. Transmitía tanta paz y buenas vibraciones que salías de allí convencida de que todo era posible en la vida.
Yo no era la única tertuliana - cada cliente que entraba se sumaba a la conversación. La tienda atraía a un tipo de gente muy especial. Lo de comprar alguna cosa era simplemente una excusa para compartir un poco de su charla y simpatía.
Se llamaba Florencia y no sé su apellido.
Me cambié de piso y aunque he vuelto por la zona, ha sido siempre en horas de comida en que la tienda estaba cerrada. Siempre tuve la intención de pasarme algún sábado por allí y al final nunca lo hice.
El otro día, al felicitar por las navidades a una amiga (que Florencia me presentó en su tienda) me enteré de que murió hace dos meses. Tenía mi edad y era una mujer especial. No conozco a su marido más que de vista y a su hija a través de sus maravillosas ilustraciones.
No creo que vuelva a ir por la tienda nunca más.
lunes, 22 de diciembre de 2008
Florencia y La Casa Roja
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