viernes, 25 de junio de 2010

EL APEADERO

Trágica ha resultado la Nit de San Joan en Castelldefels Platja. Acompaño en el sentimiento a todos los familiares y amigos de las víctimas. 

Hace treinta y tantos años cuando empezaba el buen tiempo, yo cruzaba esas vías prácticamente todos los días. Vivía en una casa en la montaña a un paso de allí y bajaba a la playa con mi dos hijas mayores, que tenían entonces dos años y medio y  tres meses respectivamente.

Para llegar a la playa debía cruzar la carretera (no había puente pero tenía un semáforo) y luego    atravesar las vías. No había en esos tiempos ni túnel subterráneo, ni barreras, ni luces, ni paso a nivel, ni ná de ná. Se cruzaba por unos tablones de madera colocados entre las vías al final del andén, una especie de  paso de peatones. 

Echaba el freno al cochecito con la pequeña (4 meses), dejándola entre los matorrales bajo un árbol y cruzaba, mirando cien veces a izquierda y derecha, llevando de la mano a Liv, la  mayor (3 años). La sentaba en un solitario banco de madera que había en el andén de enfrente. Era una niña muy obediente y se quedaba allí sin pestañear mientras yo volvía a cruzar para recoger a Pia, la bebita.
Cogía entonces el cochecito con una mano y alzaba a la pequeña con el otro brazo, repitiendo la operación, mirando a izquierda y derecha y cruzando con el corazón encogido.
Esta fórmula se me antojaba la más segura, ya que cruzar con las dos juntas conllevaba el riesgo de que se atascase una rueda del cochecito en la vía o que, si ocurría lo peor y aparecía el tren, nos pillara a todas.

Pasábamos la mañana en la playa  que entonces estaba prácticamente desierta los días de semana, disfrutando del sol y del mar hasta que llegaba en tren desde el centro su padre, que salía de trabajar a las tres de la tarde (¡qué tiempos privilegiados aquellos y qué impagable regalo tienen las ciudades con mar!)  y después de un chapuzón, nos encaminábamos de regreso a casa. Cruzar las vías a la vuelta era más fácil, cada uno llevaba una niña y cruzábamos por separado.

Tanta inquietud debía producirme la "logística apeadero" que mucho tiempo después escribí un cuento sobre un pasajero que moría atropellado por el tren en ese mismo punto. La noche de San Juan me lo recordó, aunque la realidad ha superado, como lo hace siempre, a la ficción.

Hoy en día el apeadero cuenta con un túnel, megafonía, los andenes están elevados...
¿Inconciencia, temeridad? No se trata sólo del sentido de invulnerabilidad que sentimos cuando somos jóvenes (echadle un ojo a este vídeo de TVE): http://www.rtve.es/television/20100302/se-juegan-vias/321601.shtml
¿qué será lo que nos hace actuar sin medir el peligro, como si fuéramos  inmortales?

8 comentarios:

maikix dijo...

He llorado desconsoladamente por la tragedia de Castelldefels, nada que ver con el vídeo que pones. Donde hace falta infraestructuras, hay que reclamarlas, pero no se puede mirar hacia otro lado, pedir responsabilidades a otro, casi siempre la administración, cuando quien comete la temeridad es uno mismo. Hay que responsabilizarse de los propios actos. Tenían un paso subterráneo que no quisieron utilizar por impaciencia.
Y las palabras del cónsul de Ecuador me parecen, cuando menos, inapropiadas.
Un beso, Patsy.

Candela dijo...

Qué angustia da ver en el vídeo a esas personas que apenas tienen movilidad, atravesar torpemente las vías para no hacer el trayecto seguro, que es más largo. Nos sentimos invulnerables porque "nunca nos ha pasado nada", estamos aquí todavía a pesar de otras temeridades cometidas. No reflexionamos sobre esto: morirnos solamente nos va a pasar una vez.

Me ha gustado cómo cuentas tu historia, la cautela, el miedo, las precauciones, una niña sola a un lado y la otra al otro...

PATSY SCOTT dijo...

Ha sido horrible. Cuando piensas que salían a divertirse... Estoy totalmente de acuerdo contigo en cuanto a que hay que responsabilizarse de los propios actos y en cuanto al cónsul - en cambio las declaraciones del presidente de RENFE me parecieron muy atinadas, solidarizándose con las víctimas y diciendo que esperaría al final de la investigación. Creo que todo el mundo entiende que ha sido una terrible imprudencia.
Beso.

Candela el vídeo a mí me ha impresionado también - en la elección que hacemos tiene más peso la comodidad que la amenaza del tren que nos puede pillar... Y pesa tanto más que a diario lo repetimos con muchas cosas (cruzando por el medio de una calle en lugar de por el paso de peatones, fumando a pesar de empezar a sentir que ya nos afecta, etc.etc.)
Creo que todas las precauciones que tomaba para cruzar eran debidas a la responsabilidad que sientes estando con los hijos - (jamás sentí miedo a volar hasta que tuve a mi primera hija, por ejemplo) - a partir de ese momento tu muerte empieza a tener consecuencias.
Se me ocurre que tal vez de muy jóvenes o de muy mayores la vida la valoramos menos.¿?
Besos.

Candela dijo...

No sé si de muy mayores valoraremos menos la vida, lo dudo. Y de jóvenes no es que la valoremos menos, sino que tenemos que poner a prueba nuestros reflejos, nuestra "valentía", saber cuál es nuestro record (de velocidad, de locuras...), y aún no se tiene la conciencia clara de lo que significa la muerte.

Víctor González dijo...

A mi también me ha gustado la historia, Patsy. Ahora, como es habitual en mi voy a poner la nota de "pensamiento lateral". Actuamos como si fuéramos inmortales; cierto. Una vez leí una entrevista con un científico (no sé quién era) que explicaba -técnicamente- como nuestro cerebro bloquea permanentemente la convicción, sólida e irrefutable que tenemos todos los humanos de que podemos morir en el próximo minuto. Y gracias a eso... vivimos.
Un abrazo,

PATSY SCOTT dijo...

Sí, supongo que tienes razón, desde luego cuando nos hacemos muy mayores parecemos aferrarnos más a la vida.
Un beso.

PATSY SCOTT dijo...

¡Víctor, bienvenida tu nota de "pensamiento lateral"!. Muy sabio nuestro cerebro, es verdad que sería imposible vivir pensando que cada minuto será el último.
En el caso de los que viven peligrosamente (deportes de riesgo, por ejemplo)¿es posible que el cerebro segregue algo que hace que falle el bloqueo? ¿Que la vida se les antoje posible solamente ante la certeza de que que van a morir?

farala dijo...

me ha impresionado muchísimo tu relato, te veía cruzando a pesar del miedo, y la certeza machaconamente auto repetida de que Liv no se iba a mover del banco, qué cosas, qué miedo, qué tragedia la de estos días...

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